28 de Abril 2022. La Pampa, Argentina
Últimamente, se divisan diversas líneas de violencias, que más allá de las interpretaciones que podamos hacer [con adjetivos, juicios personales o discursos previsibles de cada uno de nuestros targets]; ponen en juego el cómo funciona la hostilidad del caos inmanejable donde vivimos.
Si hablamos en términos sórdidos, hubo dos, casi tres femicidios en La Pampa, con sede en oficiales, soldados o ex oficiales de las fuerzas de seguridad; dos de esos eventos con tres días de diferencia y una casa literalmente incendiada.
Una familia destruida por el asesinato al padre, de parte del anfitrión, y la violación de la madre, junto a su hijo. Los gritos fueron grabados en marco de chaperío y selva misionera.
No puedo dejar de pensar lo lejos que estamos nosotrxs tratando de acomodar teóricamente lo que nos provoca la cachetada de Will Smith, con plaquitas bien diseñadas de colores y simplemente categorizando de “machista” [es decir un adjetivo cerrado, un juicio ya acomodado con el que todxs lxs disidentes feministas vamos a estar de acuerdo] para luego directamente cerrar los comentarios de los posts, y pasar a otro tema. Estar tranqui.
La violencia es material.
Hace poco me contaba mi hermano sobre el calibre de las balas usadas en Ucrania, y en la ex Unión Soviética, que son las mismas que se usan acá. Son largas, como la de los cazadores que vienen a cazar acá a La Pampa, que dicho sea de paso, vinieron ahora medio centenar a cazar pumas drogados de criadero.
En EEUU y Reino Unido, usan un calibre más chico. Mi hermano, mientras veíamos un documental de armas, hacía con la mano el largo de la bala.
Es el calibre de una FAL, que es el arma reglamentaria del ejército, con el que un padre de familia liquidó su esposa, luego prendió fuego la casa y se liquidó él.
Y nosotrxs cerrando juicios y condenando hechos, para quedar en la tranquilidad de que “estamos del lugar correcto”, “el lugar del bien” y así hacer una plaquita linda para estar al día en redes, marcar la cancha por el lado de lo obvio, adjetivar, etc. y así ya darle a nuestro cerebro la sensación que tanto anhela de control [¿más machismo?].
Se perdieron las arenas de lo complejo.
Qué difícil vivir con el caos de saber que hay profundidades psicológicas que nunca podremos aprehender, o que sí, pero que no nos da la energía, las ganas.
Siento que cuando vemos hechos así, hay una negación – reacción a alejarse, a decir: “ese no soy yo”.
Pero pienso en la palabra de mi hermano, hetero cis, cuando dijo: esa bala te destroza, abriendo las manos hacia el techo, como una flor, con las muñecas cerca entre sí.
Siento que hasta que nuestros actos, habla, cuerpo, no tengan la equivalencia a la sordides de esos actos de violencia: para contener, meterse y entender a fondo cómo es lo que está pasando de mal en esas vidas, en esas luces de las casas con las paredes descascaradas, los cables colgando, el estrés hiperacumulado en los tejidos, los músculos duros de condicionamientos, de recuerdos, de odios, de tele, etc.; no habrá fin.
Es un nuevo entramado comunitario de contención física, afectiva, filosófica, que tiene que ser tan sórdida y potente, casi tan intransigente, como esos actos de violencia.
Tan profunda, en serio y seria, como violentas son esas realidades.
Tan prendida y trascendente como la realidad, [o sea, casi todo lo que nos rodea tiene millones de años de existencia: el agua que tomamos ya tiene trascendencia para rato].
Mientras, categorizamos de machista, y nos quedamos tranqui, y seguimos con mimitos, con “hu boluda me re colgue”, con “dale de una yo te llamo” y después con “hu boluda estoy re depre” y miles de memes polidramatics o de compromisos hechos así nomás, flojeritas de finde, droguita; o como seriedad máxima, algún seminario académico al respecto.
El bienestar se estudia, profundiza e intenta.
Últimamente me agarró un desprecio tan fuerte por estas formitas contempo de ser (me vienen desde el 2014 igual, aprox.), que creo que este asco es el único consuelo que encuentro ante tanta brutalidad.
Me cae muy mal la flojera y la falta de seriedad. Me descompone. En serio que me parece una falta de consideración y deseo vivir en un contexto donde ya no se ponga en duda esas cosas. Obvio también que hablo de mi.
Casi que lo estoy, amablemente, comenzando a militar esos límites, a decirlos. A exponer mi irritabilidad.
No sé, pienso en los mundos fueras de los targets posmodernos que nos bordean, estéticos, disidentes, y me da la sensación que esa violencia sórdida es el equilibrio extremo de esta blandura obvia, cliché, aburrida, entre color crema hippie o postizquierdista de la ciudad o colorcito lollapalooza.
O la ignorancia tranquila del sueldo fijo, la ropa deportiva, el entrenamiento de la tarde post offi, y el mate de cuerina ecológica con termo semi stanley (por nombrar otros targets, fuera de les posmodernes disidentes que somos). No todxs tienen una amiga torta o amigo trans, ¿lo pensaron?.
Ando necesitando sentir una realidad social más seria, entramada y profundamente proyectual, con una creatividad resolutiva contrariamente proporcional a la brutalidad caótica que nos bordea de muerte y con una magnitud de potencia de sostén de vida equivalente a toda la materialidad social en movimiento que existe y nos hace existir (y toda la que falta para hacer existir las potencias de quienes no podemos ni pueden desarrollarse en total y permanente plenitud).
No sé cuándo iremos a encontrar un equilibrio: creo que la incomodidad va a ser larga si es que no nos amigarnos con el barro caótico que existe fuera de nuestras memeras instagramaciones.
Prometo provocarles con rabia sincera, curiosa y respetuosa.
Pero bueno, a no desesperar, sino a sostener con curiosidad, que la inteligencia va apareciendo y guiando. Ser serixs con eso, con lo que ya hacemos, no sé, algo así, por ahí…
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GUSTAVO ARELLANO Humedales urbanos y gestión urbana neoliberal